Su paleta, de infames tonalidades ácido-pastosas, nos remite a veladuras de "sang i fetge" encebollado sobre lecho de dentaduras al pil-pil, tatuajes al aguarrás, miembros troceados y deshuesados en pepitoria, perillas engominadas a la esencia de trementina y crepados con mayonesa. Los fondos, de espléndida opacidad volumétrica, rezuman explosiones deconstructivas de sabores chillones, que golpean con acierto las paredes del estómago y encuentran su acomodo definitivo en lo más hondo del páncreas.
Acercándonos, principalmente a las zonas erógenas, comprobaremos los contornos aturdidos definidos por ese trazo de pintura de mantequilla a la espátula que se hacen especialmente repugnantes en las regatillas de entrepierna, mostrándonos notas llamativas de azufre con fungicidas, ámbares de poliuretano y un sedoso y bastante complejo paladar de arándanos en la campanilla. El conjunto, un espectáculo para oídos sordos. En fin, un sinfín infinito de infectas sinfonías. Delicados delirios de su incisiva "in"-formalidad tendenciera. Si esto es bad painting, ¡que venga pronto lo peor!
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